jueves, 27 de noviembre de 2014

¡PIENSA BIEN Y ACERTARÁS! (I)



Hay una frase popular que dice: “Piensa mal y acertarás”. Este dicho o refrán se refiere a que si uno no quiere equivocarse, debe tener mala opinión de los demás. En todos los aspectos de nuestra vida necesitamos hacer conjeturas sobre lo que acontecerá en el futuro para no vernos sorprendidos por los acontecimientos. Y en no pocas ocasiones, esta actividad especulativa se rige por la norma general de “Piensa mal y acertarás”.

Los prejuicios son necesarios aunque no lo parezca. Un prejuicio es una opinión o creencia preexistente, es decir, que no surge como resultado de un razonamiento o reflexión. Se suele considerar los prejuicios como formas de pensamiento sesgado, injusto y casi siempre equivocado. Sin embargo, es fácil ver que los prejuicios son necesarios para enfrentarse con los retos que nos plantea la realidad. Es un prejuicio suponer que si nos arrojamos desde un sexto piso moriremos o sufriremos graves daños. Y es un prejuicio porque nunca lo hemos hecho y tal vez nunca hemos visto a nadie hacerlo. Si no tuviéramos ningún prejuicio, ninguna primera impresión de los acontecimientos que se nos presentan o de las personas que conocemos, no sabríamos cómo responder en muchas situaciones o ante los demás ni responder de forma espontánea. 

Necesitamos predecir nuestro futuro y el comportamiento de los demás. Pero este afán humano de profetizar y vislumbrar por anticipado lo que acontecerá en el futuro resulta comprensible si consideramos que la vida está plagada de peligros que pueden manifestarse de improviso. La desconfianza hacia los demás seres es un mecanismo de defensa adaptativo que nos pone en estado de alerta y que nos permite enfrentarnos a la realidad y sus peligros. Una gacela puede interpretar un ruido o movimiento como un posible ataque de un depredador y sentir miedo, pero ese miedo es fundamental ya que es el que le salvará la vida cuando el depredador realmente aparezca y lo que garantizará su supervivencia. Esa misma herencia genética la compartimos con los animales. La capacidad de predecir el futuro y el comportamiento de los demás facilita una adaptación al medio natural y social y poder programar nuestras vidas y tareas cotidianas de forma más efectiva, siendo por tanto fundamental para desarrollarnos en nuestra vida con normalidad. El resto de nuestro cerebro está dedicado a imaginar actuaciones adecuadas para cambiar ese futuro imaginado, si es que nos parece incompatible con nuestros intereses.

En realidad, y por razón de nuestra compleja estructura social, el trabajo más duro está enfocado a interpretar y a predecir la conducta de nuestros semejantes, porque son estos los  elementos más relevantes para nuestro éxito vital y social. La vida además está llena de agentes egoístas (otras personas) que tratan de aprovecharse de nuestra candidez y por eso es importante poder predecir las intenciones de los demás.

También es común identificar erróneamente la causa de por qué ocurre algo (relación causa-efecto). A pesar de lo que aparentemente muchas veces pueda parecer, identificar la causa o causas de porque algo ocurre o porque una persona se comporta de una manera determinada no es tan fácil como parece. Un acontecimiento o bien un comportamiento humano puede estar producido o motivado por innumerables causas.

Cuando dos o más acontecimientos ocurren a la vez (correlación) tendemos a pensar que uno de ellos ha causado el otro, sin embargo no necesariamente es así ya que puede haber un tercer elemento que lo cause y que no hemos tenido en cuenta. Pongamos para entenderlo un ejemplo muy sencillo: Voy a salir corriendo de casa porque llego tarde a una cita y  justo en ese momento antes de salir suena el teléfono. Atiendo rápidamente la llamada y a continuación tal y como tenía previsto salgo corriendo. Un familiar, que me ha visto atender el teléfono e inmediatamente salir corriendo, cree que la causa o motivo de de mi rápida y aparentemente repentina salida ha sido porque alguien me ha llamado para que salga por algún motivo. Al ocurrir ambos acontecimientos a la vez (llamada telefónica y salir corriendo de casa) nuestro familiar cree erróneamente que uno ha sido la causa de otro (ha hecho una asociación errónea), sin embargo el motivo o causa ha sido muy distinta. Circunstancias de este tipo son muy comunes y podríamos poner muchos ejemplos más complejos. Además en la complejidad de la vida ocurren una gran cantidad de acontecimientos relacionados entre sí,  y las personas y nuestras motivaciones son aún más complejas. Así que  podemos entender lo fácil que es equivocarse cuando intentamos explicar las causas o motivos de porque ocurren las cosas o se comportan las personas.

Las neuronas espejo nos ayudan a conocer a los demás. Los seres humanos disponemos en nuestro cerebro de las neuronas espejo (un desarrollo de la evolución desde los primates) para recrear en nuestra propia mente la de nuestros semejantes y saber así lo que piensan y lo que sienten y, por extensión, lo que harán en el futuro. La buena noticia es que nos permite comprender mejor a nuestros semejantes y saber cómo se sienten. La mala noticia es que nuestros semejantes motivados por la envidia o el beneficio oportunista se han hecho expertos en engañarnos, en simular sentimientos falsos y en ocultar los verdaderos, con el único propósito de tergiversar nuestros minuciosos cálculos sobre cuáles serán sus conductas futuras.

Las profecías que acaban cumpliéndose. Muchas veces cometemos el error de provocar que lo que no tenía porque producirse acabe produciéndose. Por ejemplo tenemos una teoría errónea sobre el comportamiento de una persona hacia nosotros, por ejemplo que tiene intención de hacernos daño. Así que empezamos a comportarnos con esa persona como si fuera cierto. La otra persona percibe nuestra actitud hostil, lo cual le genera una reacción adversa hacia nosotros. Así que finalmente nosotros mismos provocamos la paradoja de que la falsa profecía se cumpla.

Atribuimos intenciones en los demás que no son ciertas. Quizás en la sociedad actual, más anónima e individualista que la de nuestros antepasados, el ir por la vida requiere cierta precaución. Muchas veces pueden ser ciertas las intenciones que atribuimos a los demás. Pero al pensar mal de los demás podemos en muchos casos, por culpa de nuestros prejuicios, equivocarnos y atribuirles a los demás unas intenciones que no son las suyas o bien pensar que son de una forma que en realidad no son o al menos sólo parcialmente, lo cual es muy común. Este error tiene una importancia fundamental a la hora de empeorar nuestras relaciones con los demás 

Por muy bien que creamos conocer a alguien y su personalidad no conocemos todo de esa persona ni todas las circunstancias que le han determinado a comportarse de una manera determinada, así que es fácil comprender por tanto porque podemos atribuir erróneamente intenciones a  los demás que no sean ciertas. Ni siquiera uno mismo, por muy bien que crea conocerse, es capaz de conocer todo aquello que nos ha determinado a comportarnos de un determinado modo ni ha formado nuestra personalidad, ya que gran parte de nuestros condicionantes son inconscientes. Ya hablé de esto último en mi artículo de este mismo blog "¿La ilusión de la libertad?".
 
Si hay algo que influye decididamente en nuestro comportamiento son nuestros pensamientos. Nos comportamos de un modo u otro según nuestra manera de pensar en las distintas circunstancias y nuestra opinión sobre los demás. Nuestros pensamientos crean también nuestras emociones, y estas emociones determinarán que nos comportemos (respondamos) de un modo u otro.

Por ejemplo, ante una situación como un examen podemos pensar que no tenemos capacidad para aprobar porque es difícil y que además somos torpes, así que nuestra reacción emocional es de entristecernos y sentir rabia. Por tanto tomamos la decisión de no estudiar y no presentarnos. Si nuestros pensamientos fueran los contrarios nuestra reacción emocional podría ser bien distinta, y podríamos decidir estudiar y presentarnos y quizás también aprobar el examen. Y no sólo podríamos aprobar por intentarlo sino porque nuestra actitud y motivación mejorará nuestro esfuerzo y posibilidades. Si cambiamos nuestra forma de pensar nuestras emociones serán distintas y nuestro comportamiento será distinto. De ahí lo importante de pensar en forma correcta para cambiar nuestras emociones y por tanto nuestra conducta.

Nuestra actitud ante la vida. Al hablar de pensar bien o mal me refiero no sólo a nuestros pensamientos sobre los demás, sino a nuestra actitud general ante la vida y nuestra manera de pensar. Así que más bien deberíamos decir: “Piensa bien y acertarás”. Nuestra forma de pensar determina el camino que elegimos para ir por la vida. Si pensamos bien, aunque nos llevemos de vez en cuando algunos reveses, iremos encauzando una vida en positivo. Por el contrario, si nos habituamos a pensar mal, tanto de nosotros mismos como de las personas que nos rodean, acabaremos sufriendo una vida llena de frustración e infelicidad.

Pesimismo, Optimismo y Realismo. Hay dos términos similares, que se suelen confundir por algunas personas, que son el realismo y el pesimismo. Una cosa es el realismo, que se refiere a ver los hechos de forma objetiva tal y como son, con sus ventajas e inconvenientes, y sin hacer ninguna valoración subjetiva o personal. Otra bien distinta es la actitud ante esos hechos que puede ser positiva o negativa (la botella medio llena o medio vacía). El hecho objetivo es que si tenemos una botella con una capacidad de 1 litro tendremos en este ejemplo medio litro de agua. El pesimista dirá que tiene la desgracia de faltarle medio litro y el optimista dirá que tiene la suerte de tener medio litro. La actitud mejor ante la vida es la positiva pero sin caer en el optimismo desbordante, es decir siendo muy conscientes a la vez de la realidad objetiva (hay medio litro). Esta actitud es la que más satisfacciones nos producirá, y a la vez evitaremos la frustración de darnos golpes con la dura realidad de la vida como le pasa a muchos optimistas. Esto podríamos aplicarlo a cualquier aspecto de nuestra vida o a la relación con otras personas.

Según la teoría del psicólogo Seligman  los optimistas tienden a atribuir los sucesos negativos a causas externas a uno mismo, temporales y específicas y los positivos a causas internas y estables. Así que si soy del estilo optimista y por ejemplo suspendo un examen tenderé a pensar que la causa es que el examen era muy difícil, y si apruebo a que soy inteligente y buen estudiante. A la inversa pasaría para el estilo pesimista.

El optimismo por si solo puede no ser tan bueno como se piensa. El optimismo es algo muy de moda a juzgar por la gran cantidad de libros de psicología de autoayuda, que sin mucha base científica prometen la felicidad  con alguna receta o fórmula mágica o con sólo pensar de forma positiva y no preocuparse por los problemas. Como si la capacidad de nuestra mente fuese casi ilimitada con sólo pensar en positivo, y la realidad de la vida y los condicionantes sociales no existiesen y todo dependiera de nuestra actitud ante la misma. Entre los riesgos del optimismo desbordante según algunos estudios en psicología están el asumir mayor cantidad de riesgos o ser más imprudentes al sentirnos menos vulnerables, ser menos críticos y más fáciles de engañar, atender menos a las normas sociales y hacer juicios menos equitativos perjudicando las relaciones sociales, dejarse llevar más por primeras impresiones sobre las personas, perseguir metas poco realistas, no hacer ciertas tareas difíciles que requieren esfuerzo por miedo a que el fracaso dañe nuestra autoestima, no hacer una valoración adecuada de las propias capacidades o posibilidades a la hora de competir con otros, etc.

Nuestro cerebro construye en gran medida nuestra realidad y la forma en que percibimos, interpretamos y experimentamos el mundo tanto a nivel físico como psicológico o social. La física, la filosofía, la psicología, la neuropsicología y la sociología demuestran este hecho. Y como no hay dos cerebros iguales ni todos hemos tenido los mismos condicionantes, distintas personas pueden percibir, interpretar y experimentar el mundo y la realidad social que les envuelve de distinto modo. De esta forma ante un mismo hecho distintas personas podrán interpretarlo de distinto modo. Estas diferentes formas de interpretar o entender un mismo hecho, una situación, una expresión, una actitud, un comentario, serán fuente indiscutible de múltiples malentendidos y a su vez de muchas discusiones absurdas por tanto. Por eso existe un refrán que dice: "Todo es según el color del cristal con el que se mire" refiriéndose a que un mismo hecho cualquiera puede ser visto o interpretado de múltiples o innumerables maneras, tantas como colores o matices hay.

Ejemplos a nivel físico: Una persona con daltonismo (trastorno de la visión) verá los colores de distinto modo al resto, igual que un animal de otra especie percibe la realidad física de un modo muy distinto a un ser humano. Un animal puede percibir sonidos u olores que nosotros no percibimos, otro puede percibir un mundo en dos dimensiones mientras nosotros gracias a la profundidad lo percibimos en tres. Un murciélago es capaz de volar en completa oscuridad sin que le estorben los obstáculos percibiendo la realidad de una forma muy especial, emite sonidos que rebotan con los objetos recibiendo sus ecos y de esa forma construye su realidad de forma distinta a como lo hace un ojo. Existe un curioso, raro y frecuente fenómeno, conocido en medicina como "miembro fantasma", que consiste en que muchos amputados siguen sintiendo el miembro que ya no tienen; aunque se lo hayan cortado su cerebro aún sigue produciendo estas sensaciones como si existiesen realmente. Otro raro fenómeno médico ocurre en personas a las que le han diseccionado parcialmente la unión entre los dos lóbulos del cerebro, son capaces de señalar correctamente la posición de objetos que no son conscientes de ver. Personas con trastornos psicológicos pueden tener alucinaciones, es decir perciben sensaciones (por ejemplo oyen voces en su interior) que en la realidad objetiva no existen. En muchos casos ponemos ejemplos que son creaciones de nuestro cerebro que entran dentro de la patología médica o psiquiátrica, pero en otros son simplemente formas distintas de percibir la misma realidad, como cuando hablamos de la distinta forma de percibir de otras especies. Un posible extraterrestre quizás percibiría la realidad de un modo muy distinto a como nosotros lo hacemos.

Ejemplos a nivel psicológico: Alguien podría interpretar como burla u ofensa lo que otro interpreta como broma o bien no darle tanta importancia, y esto es así por su sensibilidad o por que atribuye ciertas intenciones a las otras personas de forma más o menos acertada o no. Otro podría interpretar como hostil la actitud de otra persona mientras otra no. Una propuesta de ayuda de una persona hacia otra podría ser bien recibida y agradecida, independientemente de que la acepte o no según le interese, sin embargo otra persona distinta podría interpretarlo como una intromisión en su vida o en su forma de hacer las cosas. Podríamos valorar, juzgar o etiquetar a alguien como si tuviera una característica fija o rasgo de personalidad en función de algún hecho aislado; por ejemplo, vemos cabreado o quejándose a alguien que no conocemos un día aislado, y lo etiquetamos como si fuera una persona arisca o de mal carácter cuando en realidad es quizás más bien lo contrario. También podríamos desconfiar o sospechar con más o menos acierto de otras personas. Así podríamos seguir poniendo miles de ejemplos.

Cualquier persona mentalmente sana puede hacer estas interpretaciones y equivocarse, pero unas interpretaciones erróneas pueden llegar a ser consideradas patológicas y estaríamos ante un delirio (psicosis, paranoia). Para que sea reconocido  como patológico por la psiquiatría o psicología debe reunir los siguientes requisitos: 1) ser una idea firmemente sostenida pero con fundamentos lógicos inadecuados. 2) ser incorregible a pesar de la demostración de su imposibilidad. 3) ser inadecuada en el contexto cultural del sujeto. El trastorno de personalidad paranoica o delirante es una afección mental en la cual una persona tiene un patrón de desconfianza y recelos de los demás en forma prolongada. Con frecuencia sienten que están en peligro, que alguien les persigue o ataca. Buscan pruebas para apoyar sus sospechas, sólo buscan signos que confirmen el prejuicio para convertirlo en convicción, por ejemplo creer ver extrañas coincidencias. Las personas con este trastorno tienen dificultad para ver que su desconfianza es desproporcionada para su entorno. Este trastorno puede coincidir con personalidades narcisistas, egocéntricas, y el individuo creerse alguien especial o incluso elegido con un concepto elevado de sí mismo, sin embargo no han sido bien tratados por la vida y los demás así que fracasan, piensan que los demás se han aliado o conspiran contra él y requieren de constante autoafirmación y de la admiración de los demás, o bien la necesidad de comunicar, compartir y buscar adeptos a su sistema de creencias.

Lo razonable sería evitar hacer conjeturas e interpretaciones que no estén plenamente justificadas y ratificadas por los hechos objetivos. Dejarse llevar por una hipótesis sin fundamentar sobre la conducta de nuestros semejantes, puede llevarnos a perder una valiosa relación. No obstante no es nada fácil evitar estas falsas interpretaciones. Es común juzgar a otras personas erróneamente en base a sólo unos pocos hechos, con razonamientos poco fundamentados o según la opinión subjetiva de otras personas sin poder contrastarlas. 

También los seres humanos tenemos una idea de cómo suponemos que hay que actuar o comportarse en una situación determinada, y podemos pensar que la forma de pensar o actuar de otras personas en esa situación es errónea. Si bien es cierto que muchas personas pueden tener un comportamiento inadecuado y podríamos poner múltiples ejemplos ¿Cuál sería el criterio adecuado para juzgar como correcto, adecuado, normal o patológico una actuación, y saber si no nos equivocamos y si ambas formas de comportarse pueden ser igualmente correctas pero simplemente distintas? 

Las diferentes formas de actuar o comportarnos varían no sólo según nuestra personalidad sino también según las distintas costumbres o normas sociales de las distintas culturas, grupos o momentos históricos. En cada cultura, grupo o momento histórico puede haber una forma de comportarse que pueda considerarse correcta o no y que intentan inculcarnos desde niños en nuestra sociedad. Así que es fácil entender que nos puedan extrañar tanto las formas distintas de otras culturas muy ajenas a la nuestra. ¿Es quizás más correcto la forma de una cultura que la de otra o simplemente son formas distintas de entender la vida? 
Pongamos algunos ejemplos de estas diferencias sociales. El papel de la mujer en la sociedad es algo que varía mucho en la sociedad según las distintas culturas o momentos históricos. En nuestra cultura y momento histórico actual está aceptado por una gran mayoría que la mujer debe tener los mismos derechos y libertades personales que el hombre, trabajar, ser independiente del varón. Hace pocas décadas o en otras culturas la mentalidad de la mayoría no era así. Si pensamos en una sociedad islámica integrista, donde incluso una mujer puede verse obligada a llevar un burka, las diferencias son enormes. El valor de la libertad individual, del honor o de la honra puede variar de unas culturas a otras. Tampoco en todas las culturas el cabeza de familia, patriarca, jefe, etc. tiene el mismo valor. 

Las Etiquetas sociales también varían. Una etiqueta es un aspecto del decoro, es un código que gobierna las expectativas del comportamiento social, de acuerdo a las normas convencionales dentro de una sociedad, clase social o grupo social. También podríamos decir lo mismo de los modales que son las normas de conducta que ejecutadas demostrarían que una persona es correcta, educada y refinada, y que se usan para exteriorizar el respeto hacia otras personas. Muchas de las actitudes aceptadas como "buenos modales" suelen estar avaladas por la costumbre. Aquellos que se consideran "educados" son altamente susceptibles de cambiar con el tiempo, la ubicación geográfica, el estrato social, la ocasión, y otros factores. Lo que a una persona de una cultura podría ofender o ser un gesto de mala educación en otra no o serlo en menor medida. Dejar propina en un establecimiento en unos países puede no considerarse necesario y en otros no hacerlo se considera un mal comportamiento. Saludar con un determinado gesto en otra cultura distinta podría no entenderse o molestar. Ciertas formas de vestir o arreglarse pueden ser mal aceptadas en ciertas culturas y en otras no. No aceptar ciertos obsequios puede ser de mala educación en unas culturas y otras no. La hospitalidad, los insultos, la forma de conversar o comer, de respetar las normas de tráfico o de urbanidad, responder ante los favores o invitaciones, seguir las normas dentro de un grupo, etc. también varían. Hay múltiples ejemplos que podríamos poner. 

Las personas más intransigentes o rígidas tendrán más dificultades para entender la forma de pensar o comportarse de otras. Estas circunstancias son motivo de frecuentes discusiones o conflictos entre distintas personas. De ahí la importancia de ser flexibles.

El ser humano posee un enorme talento para construir historias coherentes (modelos o maquetas) a partir de hechos aislados e inconexos, tal como hacen las múltiples teorías conspirativas que existen para cada acontecimiento importante. Por ejemplo es muy típico en algunas personas el ver coincidencias más o menos extraordinarias donde sólo hay casualidades. Sin embargo que algo sea coherente o tenga sentido no quiere decir que necesariamente sea cierto por muy bien que pueda sonarnos.

Resistencia a cambiar nuestra forma de pensar. El problema está en que una vez que se ha esbozado un modelo explicativo (nuestra forma de entender como funciona algo, alguien o un grupo), cuesta mucho renunciar a él, y antes que cambiarlo, se suele preferir seguir adelante con el mismo modelo. Para conservar su coherencia interna, se descartan, o reinterpretan los elementos que no encajan en la trama ideada (aquellos que contradicen lo que pensamos), en lugar de revisar y cuestionar, desde el principio, la verosimilitud del modelo o de nuestras ideas. Existe una expresión popular referida a esto que dice "verle los 3 pies al gato". Se refiere a que pese a la evidencia clara de que los gatos tienen 4 patas (el hecho objetivo) somos capaces de darle todas las vueltas que nos resulten necesarias a nuestros argumentos para que parezca que los gatos tienen 3 patas (nuestra creencia falsa o irracional). Es lo que suelen hacer los creyentes en alguna fe religiosa o creencia no científica, pseudo científica o infundada, capaces de reinterpretar y asimilar sin dificultad, cualquier acontecimiento o descubrimiento nuevo que ponga en entredicho sus creencias irracionales, su modelo virtual, y con tanto más ahínco cuanto más tiempo e ilusión han invertido en él.

Nuestras ideas fijas sobre los demás. También se da este fenómeno en la elaboración y desarrollo de teorías sobre las personas (como son o los motivos por los cuales actúan) y acontecimientos que tienen lugar en nuestras vidas. A partir de ese momento, todo lo que ocurra, o deje de ocurrir, será interpretado en clave de la teoría inicial. Al observar un comportamiento en otra persona responderemos habitualmente en función de nuestra teoría o prejuicios sobre esa persona, bien sean debidos tanto a creencias positivas como negativas. Reaccionaremos mecánicamente al observar la conducta de los demás según esos clichés (estereotipos, etiquetas, ideas de cómo son otras personas y porque habitualmente se comportan de una determinada forma). Es posible que ni siquiera le demos a la otra persona la oportunidad de respondernos o explicarse. Sin embargo estas reacciones mecánicas y poco reflexivas serán la fuente de errores de juicio, malestar en los otros y de múltiples discusiones.

Nosotros solemos pensar que somos mejores que los demás. Es cierto que mucha gente tiene baja autoestima y no se valora lo suficiente, se siente insegura y suele confiar más en la opinión de los demás que en la suya propia. No obstante lo habitual es tener una tendencia a pensar que nuestra forma de pensar y actuar es mejor y más correcta que la de las demás personas. Precisamente por eso discutimos tantas veces con los demás y solemos pensar que somos nosotros los que tenemos razón y que son los otros los que se equivocan. No hay más que ver las discusiones sobre política por ejemplo. Es mucho más fácil comprender nuestro propio punto de vista, que es además el que favorece nuestros deseos e intereses que el de los demás. En el fondo es una cuestión de Ego o de orgullo, de darnos mucha importancia y de falta de humildad. El orgullo o el falso orgullo puede ser un disfraz de la falta de autoestima y de nuestras carencias emocionales, físicas o intelectuales. Ya lo dice un refrán: "dime de lo que presumes y te diré de lo que careces"
 
Lógicamente es más fácil ver nuestro punto de vista que emana de nuestra propia mente y nuestros propios razonamientos,  pensamientos y autoanálisis que el de los demás (introspección). Nosotros no estamos dentro de la cabeza de los demás, no pensamos igual que los demás ni sentimos igual que los demás ni hemos experimentado lo mismo que los demás, por lo que es más difícil por tanto entender el punto de vista de los demás, así que nos elaboramos una idea de como piensan los demás. En este sentido, cuando consideramos o juzgamos las decisiones o las elecciones irracionales de un extraño nos vemos obligados a confiar en información basada en su comportamiento externo, vemos sus fallos desde fuera y somos capaces de detectarlos y desarrollamos lo que se denomina una iusión de introspección: idea de lo que los demás estarían pensando en ese momento o sus motivaciones para hacer algo. 
Sesgo de punto ciego: es esa predisposición a no reconocer nuestros propios prejuicios y a pensar que estamos mucho menos sesgados que los demás. Igualmente según el sesgo de mejor que el promedio, específicamente, es más probable que nos veamos a nosotros mismos como de manera inexacta como "mejor que el promedio" para posibles tratos positivos y "menos que el promedio" para tratos negativos. Cuando se nos pregunta subsecuentemente cuán prejuiciosos somos, las personas nos consideramos a nosotros mismos como mucho menos sujetas a los prejuicios descritos que la persona promedio, la tendencia natural a asumir que cualquier otra persona es más susceptible de cometer errores cognitivos o pensamiento que nosotros mismos. El denominado sesgo del punto ciego  establece una diferencia crucial entre cómo evaluamos a los demás y cómo nos evaluamos a nosotros mismos.  Además tenemos en el fondo miedo de dañar nuestra propia autoestima o nuestros intereses y creemos que reaccionando así salimos en nuestra propia defensa. Como se dice en los evangelios “vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”. Se refiere al hecho de lo fácil que es ver o engrandecer los defectos de los demás y lo difícil que es muchas veces ver nuestros propios defectos. Las investigaciones en psicología han demostrado curiosamente que las personas más inteligentes tienen incluso más sesgos sobre las demás que las que lo son menos, posiblemente porque son más confiados sobre sus propias capacidades intelectuales; sin embargo esto ocurre porque los motivos de muchos sesgos son básicamente inconscientes y tienen mucho que ver con las emociones. En realidad son las personas con mayor empatía, por su capacidad para ponerse en el lugar del otro y de pensar o sentir como si fuera el otro, las que tienden a tener menos sesgos cognitivos sobre otros. También a veces si juzgamos demasiado los errores o faltas de los demás y somos un tanto hipócritas por ocultar o no examinar nuestros propios errores puede ser algo que se vuelva en nuestra contra, al descubrirse posteriormente nuestros propios errores y miserias, y se cumpla esa frase también de los evangelios que dice: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá". ¡Seamos humildes pues!

Tener buena fama. Existe un refrán que dice “Cría fama y échate a dormir”, y que se refiere a que una vez que se adquiere buena fama poco trabajo cuesta conservarla, pues no se da crédito ni a la evidencia que merecería descrédito. Pero igualmente podríamos decir lo contrario de cuando alguien adquiere mala fama, “por un gato que maté me llamaron mata gatos” dice otro refrán. Por ejemplo, tenemos la creencia de que alguien es torpe, egoísta o tiene cualquier otro defecto, pues ocurrirá que al mínimo fallo que cometa esa otra persona y que quizás podría haber cometido igual cualquier otro, nos decimos o le decimos “¡claro es que como siempre eres tan torpe, egoísta, etc.!” Reaccionamos hacia esa persona con un comportamiento, pensamiento o actitud que no tendríamos con otra persona distinta que conocemos menos o de la que no tenemos ese prejuicio, pero que sin embargo su error fuese el mismo.

Como resumen y como consejo. Esforzarnos en evitar hacer interpretaciones negativas o erróneas de la conducta de nuestros semejantes y no dejar que éstas interfieran con nuestra actitud, pero tomar precauciones discretas para prevenir los riesgos que se podrían derivar de una posible confirmación de nuestras conjeturas más pesimistas. Así mismo tener una actitud positiva y constructiva ante la vida  pero sin perder el sentido de la realidad de los hechos, y como no un poquito más de humildad.



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